Es su presencia, extraño aturdimiento Son sus hermosos ojos una aurora. Mas de su alma emana un sentimiento que no ha podido despertar otrora, ningún noble varón de alto estirpe. Ninguno como aquél que yo soñara La veo así su alma reflejada, como esos caballeros que no existen, en éste mundo de extraño poderío. Más nadie como el amará el río y nadie como él sabrá que existe. Su voz, su andar, su modo tranquilo, revelan su interior sencillo y puro, y dejan ver un fondo cristalino que aumenta en su carácter sensitivo, como un suspiro en un cimiento duro. Su alma no se vé ni se verá. Pero yo le conozco el contenido es clara como el agua, sentida como el mar y allá sobre una roca, su humilde y sano andar lleva el nombre de Dios, pues siempre amó la paz. Ellos lo han de guiar, donde me encuentro yo Mis ojos lo han de ver, en un amanecer, regresar de la mar, trayendo su querer. Autora: Ana María Zacagnino