Fiebre de deseo subió por tus venas.
En un afán loco entre tus caricias,
mi cabello al viento, mi boca sedienta,
pedían a gritos que me poseyeras.
Tus manos me daban sensaciones nuevas
mis senos turgentes, mi figura esbelta,
tus labios calientes quemaban sin tregua,
con la misma fuerza que alcanza la hoguera.
En la plenitud, subiste a mi grupa,
para cabalgar valles y praderas
entre encajes blancos y entre fina seda,
en la alcoba a oscuras, en la cama aquella.
¡Feliz como nunca, me sentí tu dueña!
¡Y tú me escogiste, como compañera!
Ana Maria Zacagnino
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