Cuando tus viriles ojos,
se encontraron con los míos
un silencio largo y frío,
se estrechó entre cuatro ojos.
"¡Yo no hablaré!" me propuse,
a él por ley le corresponde
y ante la Virgen los dos
quedamos mírándonos
por largo tiempo y sin nombre.
Recuerdo que entonces tú
pusiste rostro sonriente,
levantando nuevamente
tu quieta mano hasta entonces,
saludándome cual hombre
que lo invade la corriente.
Ana María Zacagnino
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