Al mirar tu pupila con la mía
he notado -¡qué cosa tan extraña!-
las tuyas, madre, dejan ver un fondo
cristalino, sensible, tenue,
lleno de alegrías y con pocas lágrimas,
sólo aquellas precisas, pero nunca
serán las de perdón de quien os hablan.
Madre mía, quisiera cuando grande
poseer tu mirada,
la mía no se deja, por ahora,
llevar por tus palabras,
madre mía, quisiera cuando grande
poseer tu sonrisa,
esa sonrisa alegre que ilumina
los rostros de los niños y las niñas.
Madre mía, quisiera cuando grande
poseer tu bondad,
tus palabras van siempre perdonando
esa herida que el ser te dejará.
Quiero de ti, los gestos poseer,
todo lo bello que hay en ti quisiera,
pues sólo una madre los reúne
en todo su ser.
¡Esa eres tú, mamita!
Espero que me habrás de comprender...
pues sólo una doncella muy bajita
para mí ocupa el “trono del querer”
Ana María Zacagnino
(En la voz de la Autora)
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