Oscura senda donde nadie acude,
senda cubierta de espinas y ramas.
¡Dios! es el llamado, mas luego no llega
a empapar el rostro junto al ser amado.
Te llamo, te invoco,
te pido palabras
que tan solo oirlas
puede quien las habla.
¡No! no me abandones en este misterio;
búscame, cobíjame y seca mis lágrimas,
llena mi insensato caudal turbulento
con tus dulces, suaves y bellas palabras.
Ana María Zacagnino
(En la voz de la Autora)
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