Has quedado solo, ya nadie te acude.
Tus notas no suenan como antes lo hacían…
a veces, sin prisa sobre tu teclado,
se hunden dos manos con son apagado.
¡Oh! cuanto alborozo cundió en tu llegada.
¡Cuántas alegrías el alma albergó!
hoy quedaste mudo, sombrío, perenne,
como aquella sombra que el tiempo borró.
Ana María Zacagnino
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