Es su presencia, extraño aturdimiento,
son sus hermosos ojos una Aurora,
mas de su alma emana un sentimiento
que no ha podido despertar otrora,
ningún noble varón de alto estirpe...
Ninguno como aquél que yo soñara...
la veo así, su alma reflejada,
como esos caballeros que no existen,
en este mundo de extraño poderío,
más nadie como él amará el río
y nadie como él sabrá que existe.
Su voz, su andar, su modo tranquilo,
revelan su interior sencillo y puro,
y dejan ver un fondo cristalino...
que aumenta en su carácter sensitivo,
como un suspiro en un cimiento duro.
Su alma no se vé ni se verá,
pero yo le conozco el contenido,
es clara como el agua,
sentida como el mar
y allá, sobre una roca,
su humilde y sano andar
lleva el nombre de Dios,
pues siempre amó la Paz.
Ellos lo han de guiar
donde me encuentro yo,
mis ojos lo han de ver
en un amanecer,
regresar de la mar
trayendo su querer.
Dedicado a Juan de Dios
Ana María Zacagnino
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