Recuerdo en la siesta
trepar la planta de nísperos
y ser el buscador del más dulce oro,
testigo que había un sol,
redondito y pequeño,
con el que hacíamos la guerra,
la ofrenda a Dios,
la corona de la reina.
Éramos con otros niños
como alondras,
habitando aquellas ramas,
aquel jolgorio.
Hoy ya no queda patio,
ni el abuelo podando
escalones y nidos,
tampoco el resplandor de la tarde.
Prisionero de tantas ausencias
lo fui extraviando todo.
Sólo guardo
mi corazón amarillo
que me salva.
Autor: Gustavo Tissoco
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